Buscar en este blog

sábado, 30 de abril de 2016

LA SEGUNDA CIUDAD, por Ciro G. Jiménez

   
Después de haber sido rescatado de un campo de prisioneros de ISIS, Oscar Inclán regresa a su ciudad natal, tras un largo exilio autoimpuesto. Allí tendrá que lidiar con la aparente resurrección de sentimientos que creía sepultados, al tiempo que trata de aceptar la muerte de Satoko, amante de muchos años, a manos de los terroristas islámicos. Luchar contra el deseo de regresar a la nación isla de Tslal, dónde vivió sus más felices años. Para ayudarse se sirve de La Rue d´Auseil, un paraje imaginario edificado en su mente a través de los principios del antiguo Arte de la memoria. Una especie de realidad virtual primitiva pero efectiva que ya le ayudó a conservar la cordura durante su cautiverio. Pero esta vez podría no ser tan fácil. Oscar se ve acosado por vividos recuerdos de su cautiverio y exilio, y la imagen de Satoko parece residir en cada sombra. Objetos que creía dejados atrás, a miles de kilómetros de distancia, surgen de los cajones para hablarle de la promesa imposible de La Segunda Ciudad. Promesa en la que Oscar no puede permitirse creer.





La prosa evocadora y poética de Ciro G. Jiménez es delicada y deliciosa como la carne de un molusco, del que primero hay que desprender la dura concha. Y nos vuelve a envolver en una misteriosa historia con múltiples capas de realidad con La segunda ciudad.


   Mentiría si dijera que he entendido perfectamente qué es la Segunda Ciudad de la que el protagonista, Óscar Inclán, nos deja entrever retazos. Sí sabemos que es algo virtual y no del todo sólido, algo que se halla oculto en la isla de Tslal, una mezcla de Arcadia y Walden Dos donde es posible conectar los recuerdos y la materia. Óscar ha sufrido una dura prueba, ha perdido a su amante, Satoko, durante su cautiverio en Siria a manos del ISIS, y ha sido doblegado en cuerpo y alma. Su única vía de escape: la Rue d'Auseil, una realidad mental aprendida en la Segunda Ciudad, que es la copia virtual de Alterna en Tslal, y basada en el antiguo Arte de la Memoria que ya preconizaron Simónides de Ceos y Giordano Bruno. Pero este Palacio no le sirve a Óscar comom un método mnemotécnico útil a las cuestiones pedestres del día a día, sino para los mismos fines que a San Agustín. 


Y entro en los campos y anchos palacios de la memoria, donde están los tesoros de innumerables imágenes de toda clase de cosas acarreadas por los sentidos. Allí se halla escondido cuanto pensamos, ya aumentando, ya disminuyendo, ya variando de cualquier modo las cosas adquiridas por los sentidos, y todo cuanto se le ha encomendado y se halla allí depositado y no ha sido aún absorbido y sepultado por el olvido. (Confesiones X, 8)
    Ciro G. Jiménez tiene una extraña sensibilidad a la hora de contar. En su escritura las cosas parecen tener alma, estar vivas. Cada objeto, cada calle, cada bar, cada trago, parecen emanar un hálito de algo trascendente. No hay gestos vanos, ni siquiera en sus descripciones de la cotidianidad. Actos aparentemente superfluos o contingentes se manifiestan más adelante como indispensables para el desarrollo de unas vidas imposibles que siempre  flotan el légamo neblinoso de un fatum, de una tragedia griega.

   Ese algo inasequible que envuelve a los personajes, y a los objetos, que también son protagonistas, nos lleva a un mundo en el que las ideas de las cosas se ven más que sus sombras materiales. 

   Y es realmente divertido leer sus novelas, independientemente de las atmósferas oníricas o agobiantes. Porque están cuajadas de claves, de segundas lecturas, que un lector avezado es capaz enseguida de desentrañar. Las continuas referencias a Poe o a Lovecraft, por ejemplo. La obsesión por el Arthur Gordon Pym. La aparición en una de las buhardillas de la Rue d'Auseil de un cuarto con cortinajes rojos, esculturas y divanes que nos retrotrae inmediatamente a algunas de las introspectivas y subterráneamente subconscientes escenas capturadas por David Lynch. El fragmento en el que se habla de un libro supuestamente maldito (en el cual se cita igualmente una parte del propio libro de Óscar Inclán), que hace correr a sus lectores de un lado a otro, enloquecidos, perseguidos por "una cosa que pone fuego en sus pies.


-La alegoría es significativa -dijo, tratando de escrutar la oscuridad que le rodeaba-, porque la Voz, según dicen, recuerda los ruidos menudos del bosque: el viento, un salto de agua, los gritos de los animales, y cosas así. Y una vez que la víctima oye eso… ¡se acabó! Dicen que sus puntos más vulnerables son los pies y los ojos; los pies, por el placer de caminar, y los ojos, porque gozan de la belleza. El infeliz vagabundo viaja a una velocidad tan espantosa, que los ojos le sangran y le arden los pies. El doctor Cathcart, mientras hablaba, seguía mirando inquieto hacia las tinieblas. Su voz se convirtió en un susurro. -Se dice también -añadió- que el Wendigo quema los pies de sus víctimas, debido a la fricción que provoca su tremenda velocidad, hasta que se destruyen esos pies; y que los nuevos que entonces se les forman son exactamente como los de él. Simpson escuchaba mudo de espanto. Pero lo que más fascinado le tenía era la palidez del semblante de Hank. De buena gana se habría tapado los oídos y habría cerrado los ojos, si hubiera tenido valor. 
 BLACKWOOD, Algernon: El Wendigo. (1909)

   Bajamos otro nivel, y nos encontramos con referencias a obras propias anteriores, como cuando Óscar recuerda unas palabras de Rebeca, diciendo: "dime de qué color son mis ojos", cuestión que ya aparece varias veces en No tan ardiente (2012). O de nuevo la presencia de Dylan Thomas, que ya observamos en su magnífico cuento (a mi entender uno de los mejores cuentos en español que se han escrito en las últimas décadas) No entres dócilmente. Porque uno, que conoce Ciro desde tiempos inmemoriales, desde antes de hablar con él hace eones, sabe también de otra de sus obsesiones: el terror a la inexistencia, el pánico ante la desintegración del yo en el abismo de la muerte ("Rabia, rabia, contra la muerte de la luz").

   Ciro G. Jiménez tiene además una amable y dulce perversidad en la descripción de las escenas eróticas, heredada (lo sé) de Henry Miller, otro de sus clásicos recurrentes, aunque va mucho más allá. Pues nuestro autor tiene la rarísima capacidad de hacer a partir de las escenas de sexo explícito y de las palabras soeces una maravillosa poesía. Se sublima el sexo en un acto básico a la par que trascendente. La humedad y las anatomías conjuradas de forma contundente parecen usarse como un acto de autoafirmación, de posesión del yo, de comprobación de la propia existencia ("Mi erección es más hermosa que mil soles. Bajo mi mirada las bragas se desgarran, atacadas por cuchillas invisibles. Los jirones caen como fantasmas sorprendidos por una luz alógena. El sujetador se asusta, se desata, vuela, y en su premura, se golpea tontamente contra el suelo.")

   Bajamos otro nivel. Sólamente dar unas claves. Jueves y Óscar realmente se conocieron en la Universidad. También es cierto que Jueves publicó un artículo en una revista universitaria, pero no sobre el Arthur Gordon Pym, sino sobre Kaspar Hauser y el Mito de la Caverna. Existió una Rebeca, pero disgregada en multitud de formas y de mujeres, Y una Satoko, pero no se llamaba así. Jueves nunca tuvo un bar, ni el pelo largo, pero si lloraba a moco tendido con el Cryin' de Aerosmith. Óscar Inclán tocaba el bajo esporádicamente en algún grupo, con un amigo común de Jueves, pero al que conocían por separado y antes de conocerse entre ellos.Y hubo una noche del tabaco y conversaciones sobre sexo e intercambio de parejas por las calles de Valladolid. Y un camarero que parecía salido de una saga nórdica, con el pelo largo, furiosamente rubio, una envergadura de berserk vikingo, y un tatuaje rúnico en un brazo. Pero la noche en que Óscar y Jueves se recorrieron Viginta buscando un lugar donde comprar tabaco, para luego descubrir que Óscar lo había tenido todo el rato en un bolsillo, fue en otra ocasión. En otra de esas noches que ahora, con el paso del tiempo, parecen casi soñadas.

   Cómo no sentir un escalofrío al leer La Segunda Ciudad.

https://www.amazon.es/SEGUNDA-CIUDAD-CIRO-G-JIM%C3%89NEZ-ebook/dp/B013RX5RKY