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lunes, 27 de agosto de 2012

DESMODUS

Se encuentra en el callejón más siniestro del mundo, que termina en unas puertas acristaladas. El suelo desciende hacia la entrada y es de losas de piedra, parte de ellas cubiertas con pieles de animales aún sanguinolentas. Hay un escaparate a la derecha, como de una tienda, pero no percibe bien lo que venden en ella. Entra por la puerta, sube las escaleras... Por fin llega a la estancia, iluminada y limpia. La mujer está allí sentada, hermosa, de pelo ceniciento, casi gris, los ojos azules cercanos a la transparencia. Las formas femeninas perfectas bajo una segunda piel de cuero negro. Le sonríe al entrar, está claro que le ha reconocido. Javier la besa en las mejillas, con ternura, y se sienta a su lado.

- Él te estaba esperando.
- Lo sé - contesta Javier.

Él... Se estremece cuando habla de Él. Por fin se abre la puerta. Él está sentado tras el despacho. La estancia es extraordinariamente acogedora, con los divanes de piel, la mesa baja rodeada de butacas, la biblioteca, el olor a cuero, a madera, a libros, a esencias aromáticas... Él sonríe mostrando sus caninos sobrehumanos, y le pide que se siente. Javier enciende indolentemente un cigarrillo.

- Hacía tiempo que no te veía - le dice.
- Demasiado tiempo, Javier. Te he echado de menos - añade con cariño, mientras le acerca un cenicero.

Javier fuma lentamente mientras le mira. Él le devuelve la mirada con afecto. No hacen falta más palabras. Se levanta y sale. Ella está fumando a su vez. Javier se sienta a su lado y le acaricia la mejilla.

- ¿Qué tal? - pregunta la mujer.
- Me tiene demasiado respeto para rechazarme - responde-. La verdad, no creo que dé demasiada importancia al pasado.
- Eso creía yo.

Javier sale a la calle. Al final del callejón hay una juerga monumental. Chicas de ropa escueta ofrecen sus cuerpos al dios de la noche en un frenesí casi ritual. Jugando con el alcohol, Javier vuelve acompañado por tres muchachas. Le siguen entre risas por el callejón. Se apoyan unas en otras, le tocan, le besan por turnos, se ríen casi completamente ebrias. Suben por las escaleras. Ella sigue fumando en silencio en la antesala. Le mira, Javier asiente. La mujer aparta la mirada. Abre la puerta, conduce dentro a las jóvenes.

- Mi señor, les comenté a estas muchachas que estarían encantadas de conocerte.

Ellas miran alrededor con la boca abierta, se ríen, caen despatarradas en los divanes, se mueven con dificultad adoptando posturas indecentes.

Javier sale y cierra la puerta. La cena está servida.

Ella le mira y golpea la silla a su lado. Él se sienta con el respaldo bajo la barbilla. Ella sonríe, le pone un cigarrillo entre los labios y se lo enciende.

- Alcanzarán la inmortalidad si Él lo desea.
- Como te pasó a ti.

Se miran en silencio. Javier lo rompe a regañadientes:

- Yo nunca he querido ser inmortal, me ha bastado con utilizar otro tipo de conocimientos.
- Él respeta esa decisión, al igual que yo.
- Sí, al menos hasta que me fui.
- Pero le sigues amando - dice ella.
- Me enseñó muchas cosas. A dominar cuerpos y mentes.
- De eso puedo dar fe - ella sonríe de nuevo. Le besa, con suavidad al principio, con más fuerza después. Una lágrima resbala por su mejilla. Él la lame. Sólo le sabe a sangre.

Javier sale por detrás del edificio, a un patio lleno de tierra. El suelo es poroso, quebrado, agujereado por los ciempiés en muchos sitios. De un canalón caen larvas continuamente, formando montones purulentos. Atraviesa otra puerta, y de nuevo se encuentra en el lujoso despacho. La estancia sigue limpia. Él le mira. Unas gotas de sangre han manchado el pañuelo blanco que lleva al cuello.

- ¿A qué hora te vas? - pregunta Él.
 - ¿A qué hora amanece?

Él se ríe.

- Espero que podamos despedirnos antes del amanecer.
- Sabes que a pesar de todo volveré...
- Lo sé...

Él se levanta y le abraza con fuerza. Javier apoya la cabeza en su hombro. Se separan y le acompaña a la puerta. Ella ya no está en la antesala. Ahora parece desoladoramente vacía. Javier se va sin volver la vista atrás y se pierde en la oscuridad mientras le asalta una inquietante escena, que sabe que, de una forma o de otra, se producirá en unas pocas horas.

Él se arrastra por el suelo, y la parte superior de su cuerpo se asemeja a la de un peludo murciélago verdoso. Se acerca a un charco de agua estancada y bebe ávidamente, con una gruesa lengua que se retuerce. 
Queda poco para el amanecer.



De Los Infiernos de Javier Gusano.
© César Caño, 2003

SILENCIO

Con lo cual me desperté sobresaltado, la habitación dando enloquecidas vueltas a mi alrededor. Yo, tiritando, no de frío, aunque pensándolo mejor, estaba helado. Una angustia dolorosa, un terror infinito, me sobrecogían y me impedían toda movilidad. En mi cabeza revoloteaban las alas membranosas de lo que me había despertado en la noche espesa del hotel: "El despertador habrá sonado esta madrugada, a las 5:00, exactamente. Y habrá sonado y sonado, en la soledad de la casa. Y nadie habría allí para oírlo". Y esta afirmación me había provocado un terror pánico.

De Pasajes oníricos.
© César Caño, 2000


LAS TRIBULACIONES DEL GUSANO

- Por mucho teatro que le quieras echar, yo aquí no veo más que un plagio barato - comentó Mauricio irritado -. Con todo ese manido lenguaje apocalíptico y macabro.

- No me extraña tu reacción - la sonrisa de Durante se había extendido -. Pero no te fíes de las formas. Las formas... algo tan subjetivo... Deberías haber conocido a Javier. Él sabía manejar estas cosas, no sé si me entiendes. Ejercía cierto control sobre ellas.

- Te entiendo perfectamente - ahora era Mauricio el que sonreía astutamente -. El viejo Javier Gusano embaucándote en cada cambio de luna. Menudo hijo de puta. Nunca me le mostraron como un especimen recomendable.

La dentadura de Durante se ocultó de repente. Ahora su gesto era serio y temeroso.

- No juegues con fuego, necio. Javier no sufrió accidente alguno. Ayer mismo me llamó por teléfono. ¿Sabes lo que me dijo?

- Ni idea.

- Pues me dijo: "si Mauricio Martín aun no se ha puesto en contacto conmigo, búscalo como sea. Porque si él no para esto nos va a tocar entrar en acción. Y tú no quieres que entremos en acción, ¿verdad?

Durante parecía francamente desanimado.


De Macabre o Las tribulaciones del Gusano.

© César Caño, 2002