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domingo, 22 de abril de 2012

SÓTANOS Y CORRIENTES DE AGUA

   Cuando llegó a casa del vecino Félix, su abuela estaba frotando una vieja sartén. La verdad es que la casa estaba muy desordenada, y al abrir la puerta se podía apreciar un pasillo bastante largo y estrecho con habitaciones a los lados. Dio un beso a la abuela.

   "Todavía sigues fregándole los cacharros a Félix, qué atraso, que se compre un lavavajillas, hombre".

   Ella hizo un gesto con los hombros y siguió a la tarea. Qué mujer, hay cosas que no cambian.

   Por lo visto Félix no estaba, y decidió esperarlo mientras curioseaba un poco por la estancia. Una de las puertas laterales del pasillo era de madera vieja como el hambre.

   "Quién tiene hoy en día la cocina de gas en el recibidor..."

   Todo estaba empolvado con una atmósfera mugrienta que iba más allá de la dejadez normal en los solteros. La puerta de madera tenía un cartel, pero ya no se podía leer nada. varios enseres se acumulaban al fondo del pasillo. Más allá de la puerta, oscuridad de catacumba y humedad.

   Cuando Félix llegó le llevó al sótano. por allí pasaba uno de los canales del río. La humedad cubría las paredes de una capa negruzca, aunque se podía apreciar que antes habían sido blancas.

   "En las casas de los gitanos todavía se ven algunos chavales que bajan al río por las puertas de los sótanos", le dijo a Félix.

   Al salir al exterior, siguiendo el curso del río, llegaron a la cabaña. Él recordaba cómo Félix le llevaba de pequeño a su dormitorio de la cabaña y le enseñaba la correspondencia de postales de ajedrez y la vieja computadora en la que echaba interminables partidas electrónicas. El movimiento de las piezas nunca dejó de ser críptico para él. La vieja cabaña de madera.

   "Todavía recuerdo que tenías mantas de cuadros escoceses".

   Le embargó un sentimiento de profunda nostalgia. Acompañó a Félix hasta el chalet que utilizaba en verano, todo mohoso y comido por la humedad. A lo lejos, entre las nieblas matinales, se veían los bloques de edificios donde su abuela habría acabado ya de fregar. Unos cuantos metros bajo el suelo se habían traducido en el triple de distancia en el exterior.

César Caño, Pasajes oníricos (2012)

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